sábado, 18 de septiembre de 2010

Fragmento del disco-Libro "De cuando niño"

Los juegos y la calle

Los reyes magos venían cada año, poco más o menos, con lo mismo; una pistola de pasta con gomilla elástica que unía el gatillo y el percutor, alguna vez con cartuchera y una estrella de sheriff. Una Navidad trajeron los juegos reunidos Geiper, para toda la familia. Cuando mejor se portaron fue el año que mi madre tenia la tienda; Dionisio, el representante, le ofreció por la compra de unos artículos, una especie de Scalextric pequeño y que ni siquiera se podía desmontar, duró poco, hasta que se agotaron las pilas, otro regalo que me gustó mucho, y no era para mi, fue el que le hicieron al Francisco y al Cipriano de la María Castaño, ¡un libro de magia! Francisco se convertía en mago y los demás nos divertíamos, aunque no consiguiera sacar un conejo de la chistera. El que le sacaba provecho a los juguetes era mi primo Juan, si le regalaban un Cinexin, montaba un cine en su casa y cobraba a dos reales la entrada, con derecho a consumición, la bebida estaba hecha de agua y arazú muy bien molido, alquilaba los tebeos y montaba carreras de coches en la cámara, los coches eran sacos donde se sentaban los niños y mi primo u otros los arrastraban tirando de la cuerda que amarraba el saco.
Los zagales no manejábamos mucho dinero, al menos los niños con los que andaba. Una tarde jugando me extrañó el sonido metálico y asonajao que producía un niño al correr y que no era otra cosa que el movimiento de las monedas sueltas en el bolsillo de la trenca. Estaba acostumbrado a otros sonidos como el de las bolas de barro, las cajetitas, bellotas, cuerdas y un sinfín de cosas, pero rara vez se encontraron en mis bolsillos tantas monedas que sonaran igual a las de aquel niño.
Los juegos eran casi todos colectivos, las bolas, el escondite, el pilla-pilla, el burro... De los que más me gustaban era el che, este era un juego de invierno, parecido al teje o rayuela pero lanzando un hierro, generalmente una lima usada, que teníamos que clavar sobre unas casillas dibujadas en el barro. Otra manera de divertirnos era construyendo prendas con bolsas de pipas, juntábamos las bolsas vacías por los bordes, las apoyábamos sobre una piedra y las uníamos a base de golpes con otra piedra mas fina. Con este sistema nos hacíamos chalecos, bufandas, trajes de indio e incluso mantas, todo dependía de la imaginación y de las bolsas que encontráramos en la calle. El año que cambiaron el cableado de la luz fue muy prospero para los que nos dedicábamos a la confección, nos dimos cuenta que los obreros tiraban los plásticos que envolvían los cables, de repente nos vimos con un material estupendo, ya no necesitábamos piedras para unir y además pudimos hacer otras cosas: sogas para jugar a vaqueros, hondas, capas y hasta tiendas de indios.
Las niñas tenían otros juegos; se acompañaban de canciones o retahílas: cromos, corro, teje, comba, elásticos… Un juego que a mi me encantaba ver, era el de las cuerdas con las manos; creo que le llamaban la cuna o la cunita, era increíble la cantidad de figuras que hacían con una cuerda atada por las puntas y entrelazadas por los dedos y con la facilidad que se intercambiaban la cuerda sin romper las figuras.

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